Una valija del Titanic
Novela histórico-familiar, algunos de cuyos personajes, Samuel y Annie Andrew, son inmigrantes ingleses originarios de Whitby (Yorkshire) que llega-ron a fines del siglo XIX a Río Cuarto, territorio donde el recuerdo de los indios Ranqueles aún estaba fresco, como también el paso de Roca, Mansilla, Mayer y Fotheringham. Antiguo fabricante de velas para barcos en Whitby, Samuel se dedica en la región al comercio y luego es contratado para administrar una de las estancias de don Ambrosio Olmos, controvertido ex gobernador de la provincia de Córdoba. Los hijos del matrimonio Andrew, nacidos en aquel paraje, tuvieron actuaciones curiosas. Una de ellas, ambientada en torno a la corbeta Uruguay, la fragata Sarmiento y el acorazado Moreno entre otros buques de la Armada, fue donde Silvano Alfredo Andrew, el mayor, se formó como marino, después de un severo aprendizaje en Gran Bretaña, en tierra y en los mares, y como caballero de la mano de Rob, su tío. En suelo argentino, la novela se ensancha alrededor de la estancia “El Durazno”, el gran orgullo de Olmos y luego de su viuda, doña Adela María Harilaos Senillosa. Allí, Wilfred Andrew se hace cargo de su administración, a los 20 años, tras las muertes prematuras de Samuel y de Ambrosio Olmos. Cuatro de los siete hermanos estudian y conocen a su familia en Inglaterra, pero vuelven de alguna manera a su terruño. Mientras Wilfred lucha contra las mangas de langostas, la sequía, la peonada cerril, los terratenientes insatisfechos y los caprichos de la dueña que quiere convertir su propiedad en palacio versallesco, - todo ello registrado de su puño y letra en los “Libros Copiadores” -, Silvano viaja por los mares, envía numerosas postales a sus seres queridos y conoce a una viuda norteamericana y millonaria, Harriet Fisher, tras buscar olvidar a Nicole Muirhead, amiga íntima de la juventud. Desde su destino en los Estados Unidos, donde se ocupa con otro grupo de marinos de la construcción y recepción de los acorazados Rivadavia y Moreno, invita a Edgar, su hermano menor, a su casamiento. Este joven, a la sazón errando disconforme por Inglaterra tras haber viajado de la Argentina a los Estados Unidos y pasado unas semanas con Silvano Alfredo en New Jersey, es cariñoso, rebelde, adora sus caballos que quedaron en la estancia y odia el carbón. En las Islas Británicas, precisamente en Bournemouth, y con su inseparable maleta, Edgar arrastra libros, papeles y muchas tarjetas postales con vistas de sus “pagos”, pues como se aprecia en sus cartas, extraña muchísimo. Pero un día, con sus pertenencias prolijamente acomodadas en su valijita, se embarca en el Titanic, tras dejar una extraña carta a su amiga Josey. Ethel, quien también ha visitado la tierra de sus ancestros, estudiado en un colegio de señoritas, aprendido a pintar, a coser y a bordar, será con el tiempo toda una dama y la confidente de sus hermanos. Enamorada de Mario Bousquet, joven “zalamero y pintón” al decir de los Andrew, su madre Annie la envía a Estados Unidos para que la distancia enfríe su cariño; pero ella, fiel, tiene que volver. Un protagonista omnisciente, el carbón de piedra, hulla o carbón Cardiff, se inmiscuye en el destino, no sólo generando el vapor a las calderas de los flamantes buques sino que, indirectamente, será el causante de una tragedia en el Titanic, que dejará sin aliento a toda la familia durante décadas, hasta que un día, alguna verdad, surge del fondo del océano y sacude cimientos y sentimientos. Cuando nace la tercera generación de los Andrew, por los años veinte, muchas cosas cambian, pero quedan con firmeza las tradiciones familiares y el amor por la comarca natal. “El Durazno” se extiende, - Wilfred siente suyo ese campo cultivado y floreciente-, la Argentina prospera, pero el sentimiento que experimenta Silvano Alfredo, ya radicado en el país del Norte, se vivifica cuando la fragata Sarmiento fondea en New Orleans y él la observa a lontananza, sin animarse a embarcar. Y, por último, está el Anónimo visitante, sus mayores y descendientes, partícipes de desventuras y alegrías, quien rebusca entre papeles y lugares, es testigo de los resultados de una expedición al fondo del mar y un hallazgo inquietante, hoy en manos de conservadores y estudiosos. Este personaje, a veces indiscreto, otras revelador, no cede ante el enorme empuje y presión de las historias que muchas veces se desnudan en desvanes, buhardillas o cajas apiladas llenas de papeles viejos, y es quien a lo largo de las fuertes ramas del árbol genealógico de los Andrew, revive con abierto entusiasmo lo que otros tratan de disimular.