Rasgos de VGB
Villa General Belgrano se ha desarrollado bastante, desde que tengo memoria, aunque mucho más en las últimas décadas. Nuevas autoridades, flamantes vecinos, incontables paseantes y novísimos emprendimientos, revolucionan lo que ya pasó. Mi fantasía me lleva a mi niñez, cuando el pueblo era lejano para quienes venían de vacaciones. Esa gente se alojaba en hoteles, hosterías o pensiones, como el Rancho Grande de los Küfer, Brisas Serranas de Merkl y Mellano, La Tirolesa, El Faro, Las Acacias, Selva Negra, El Rincón de don Wernicke, Villa Bosque de Hans Bichler, o en lo de “Mamita Gobl”… El resto del día, paseaban con rumbo al Pozo Verde, al Mirador, a los Cristos - Chico y Grande - o por un arroyo pletórico de perfumes y aguas cristalinas. Esos nombres y parajes eran propios del año 1950, cuando yo nací. Hoy, algunos recuerdan esos parajes y a esas personas, que aportaron lo suyo, pero todos ellos retienen un lugar común: fueron capaces de que esta Villa tuviese un reflejo de lugar único, para siempre. Sin dudas, contribuyeron enormemente… Y estas narraciones lo muestran.
Buenos Aires, otoño de 1952. Un matrimonio joven – Águeda y Salvador - camina tomado del brazo por la avenida Corrientes, en dirección al puerto. Allí estaba por amarrar un barco proveniente de la Europa en ruinas después de la guerra y, según anunciaba un periódico local, con algunos pasajeros que habían sido marineros del acorazado alemán Graf Spee…
Un día, Salvador regresó temprano del centro y sorprendió a su esposa con una agradable novedad:
- Águeda, me han contado que hay muchos marineros del Graf Spee en Córdoba…
- ¿Ahhh, si…? Tengo ganas de reencontrarlos… ¿Te acuerdas de Walther?
- Si. Además hace rato quiero conocer un paraje que dicen muy pintoresco, en las sierras, no muy lejos de la capital cordobesa, - donde se han instalado europeos… se llama El Sauce, o Villa General Belgrano, hay buen hospedaje…
El ómnibus de la empresa “Diviú” atravesó Ciudad de América y el Potrero Tutzer hasta llegar a la Falda de San Lorenzo. El Valle de Calamuchita era irresistible y el sol de mediodía se reflejaba en los techos de chapa de los primeros caseríos del pueblo. Se distinguían muchos pinos y algunos cipreses, acompañados de sauces llorones, talas y chañares. Cuando descendieron en la terminal, los olores los envolvieron, mezcla de yuyos serranos, coníferas, leña, humo y buena cocina…