El Corvo
El sable del General José Francisco de San Martín, arma blanca y atributo inseparable del Libertador en su vida adulta, se lo conoce como “el corvo”. Pero más en la profundidad erudita, se lo califica como sable curvo, a la oriental, del tipo mameluco, Shamshir persa, Talwar hindú o Kilij turco. Por el contrario, se lo menciona erróneamente como alfanje o cimitarra, y hasta “sable de abordaje”, como manifestara un ciudadano porteño a otro, al ver a San Martín con su sable, encaminándose hacia el fuerte a ofrecer sus servicios apenas desembarcado.
Poco se ha escrito acerca de sus orígenes y menos se sabe del porqué de su elección. ¿Fue por seguir aquel paradigma de los generales y mariscales de Napoleón que trajeron muchos de ellos tras la campaña de Egipto de 1798 a 1801 y los lucieron en Europa, - Massena y Lannes por ejemplo- ?, ¿o incluso para pretender el modelo de los oficiales ingleses que también se ufanaban con esas armas?, ¿o quizás poseer un objeto de armas distintivo de otros militares sudamericanos?, ¿o, tal vez, por la altísima eficiencia y filo de esa hoja invulnerable, delgada y muy curva, superior a la hora de dar impulso a una mortífera carga de caballería tocando a degüello con un efecto aterrador sobre las huestes enemigas?
Son interrogantes todos que el lector sabrá interpretar durante ese tránsito de algunos meses, desde que el teniente coronel nacido en Yapeyú, ya retirado del Ejército Español, deja Cádiz en 1811, pleno su bagaje no sólo de libros sino de una probada experiencia, se aloja en Londres un par de meses, adquiere allí su sable mientras reflexiona, se reúne con compatriotas y llega a plasmar ideales, hasta que pisa Buenos Aires en 1812 para ponerse al servicio del flamante gobierno patrio.
Es un periplo por una época convulsa de la historia, con sus huellas y enseñanzas.
Es, quizás, la época más feraz para San Martín pues su genio habría de bullir inmerso en los arquetipos americanos, lejos de lo que sobrevendría después de 1812 en el marco de la injusta política y que desembocaría en una lluvia de intereses mezquinos, amarguras, intrigas y el destierro. En una suerte de clausura, San Martín se nutre con la escuela que le proporcionaron las batallas y los sucesos socioculturales culminantes en el continente viejo. Sólo la compañía del tiempo le permitiría ensamblar sus perspectivas y entroncarlas con su propio ser y el de la más elevada vocación de servicio.
Ese sable fue y será siempre testigo de la visión y grandeza del Libertador. Pero como todos los símbolos, es inevitable conocer sus primeros pasos, inclusive sumergiéndose en el pasado del Medio Oriente.
Su corvo representa la vocación más férrea de nuestro General San Martín, que habría de propagarse por generaciones en el Nuevo Mundo, como ejemplo imperecedero.