top of page

Yo soy el nieto de Rudolf Müller…

Actualizado: 29 dic 2019




Esta anécdota no sólo es sorprendente en su contexto histórico – la conocida saga del Graf Spee -, sino que revela rasgos de devoción y a la vez de ternura, muy propios entre abuelos y nietos que enaltecen la noción de familia, muchas veces relegada. Y es el tipo de narraciones de las que más me cautiva, pues son difíciles de traslucir en lo íntimo, y a la par consiste todo un desafío para la pluma. 
Son sus principales protagonistas un abuelo periodista y escritor, su nieto, y el que les habla, quienes se desenvuelven en tiempos distantes, y hasta el presente. El abuelo, quizás el intérprete más preciado, usaba muchos seudónimos para diferenciarse en su profesión; entre ellos, Rudolf Müller. El nieto se llama Fabián…
Volvamos a lo ya acaecido. Recuerdo que cuando era un jovencito inquieto llegó a mis manos el primer libro que leí sobre el Graf Spee, buque donde mi padre había navegado durante la guerra. Tendría diez años...
El volumen era vistoso, aunque mal encuadernado y de papel módico. Su tapa, adornada de profusos colores rojos, mostraba el navío flotando apenas ya en un mar verdusco y conmocionado, en plena voladura, y entre el humo gris de la cordita y los fuegos de un púrpura violento. Arriba, aparece el título con letras blancas, grandes, con el nombre de la nave, y la firma del artista, un tal Roberto54. Al pie se leía: “Del astillero a Punta del Este – Las más vibrantes acciones de la guerra en el mar”. El editor era Enrique Signoris, sociedad ubicada en la calle Convención 586, en Haedo, y la primera – y quizás única – edición, databa de septiembre de 1954.
Volvemos a esos tiempos de niñez. En la pequeña biblioteca de mi tía Isa estaba el libro, atrayéndome. Tomo el ejemplar, lo hojeo con euforia. Mi padre lo había mirado; mi madre y tía lo habían leído. Lo primero que hago, como buen curioso, es detenerme en la parte central donde asoman algunas fotos; una del Spee que no es tal (más tarde me daría cuenta de que era un gemelo, el Admiral Scheer por los escudos de ambas bandas de proa). Luego, en la ilustración siguiente una vista de popa y los restos del navío incendiándose titulada “una visión dantesca del acorazado alemán hundiéndose entre llamas…” y en tercer lugar, el entierro de los muertos en combate, en el cementerio de Montevideo, marineros de pie, acongojados, frente a los túmulos de los caídos. 
Más tarde me dediqué al índice y a las primeras palabras. El capítulo primero anticipaba acción, amoríos y suspenso: “Un gaucho rubio en la serranía cordobesa”.
Finalizo su lectura en unas semanas, tras un recorrido de zarpadas, encuentros, hundimientos, capturas y una batalla desigual. Pero siempre, al final, regresaba el gaucho rubio.
Ya adolescente, lo olvidé, pero permaneció en el anaquel de mis selectos. Vuelvo años más tarde, enfrascado en componer yo mismo la saga de mi padre, y me reúno con la bibliografía. Aparece otra vez Rudolf Müller. En el necesario refresco de la memoria, me dedico a las solapas: “Este apasionante relato, escrito por uno de los tripulantes del Graf Spee, narra en anecdótico y ameno estilo, las vicisitudes del acorazado de bolsillo…”, y al autor: “Rudolf Müller es el seudónimo de uno de los marineros que integró el plantel de combatientes de aquella fortaleza flotante, alarde de la ciencia náutica alemana… vale decir uno de los mil protagonistas del drama del Graf Spee en los anchos y misteriosos caminos del mar”.
El índice parece estar predestinado a encandilar al lector. Así desfilan “Un pueblo fanatizado”, “Drama a bordo de un yate”, “La aventura del hidroavión” o “Cruceros enemigos por barlovento”, entre otros. Y más tornasoles en la segunda solapa: “… cuadros risueños y pintorescos que fueron alternando la monotonía de aquellos cuatro meses de navegación…” y “Uno de los valores fundamentales de esta obra está representado por el factor psicológico, al pintar las reacciones sensoriales de los tripulantes…”
- Se trata sin dudas de una novela – pienso – con imaginación y perspicacia, y lleva al lector por las navegaciones del buque y su destino final. 
Pero al afinar la búsqueda redundante y en la agitada indagación de documentar, hallo erratas, que me dan luego la razón de ser una fantasía en algunos sucesos, aunque en un marco bien encuadrado.

Para confrontar, anoto: la caída al agua de un tripulante inglés del mercante Trevanion, cuya pierna fue devorada por un tiburón, no consta en ningún lado. El hidroavión Arado Ar 196 del navío alemán lanzó una bomba en el centro del Doric Star (de bandera inglesa y no australiana) – escribe Müller-, hecho imposible, pues ese avión había despegado del Spee y se encontraba a 20 millas del lugar, en emergencia. El encuentro con un yate de bandera chilena con una pareja de recién casados a bordo, es un toque extremadamente romántico. El hallazgo de los papeles secretos del Trevanion no fue así, cuanto que es sabido que fueron arrojados por la borda por su capitán.

Y lo más simpático es el caso de las señoritas bailarinas – españolas y majas ellas - capturadas en un mercante inglés que no menciona y que, ya a bordo del Spee, ocurre que la ardillita de una danzarina huye de sus brazos y muerde a un marinero alemán. Esto no ocurrió o por lo menos los ancianos veteranos no lo recuerdan.

Avanzan meses y años. Mi libro fue publicado y mi “librería”, como decía San Martín a sus baúles llenos de libros, posee casi trescientos compendios y documentos del tema. Y un día, recibo correspondencia de alguien que firma Fabián. Nos encontramos en un almuerzo. La intriga era enorme pues Fabián había prologado su carta: “Soy el nieto de Rudolf Müller…” y, con natural transición había escrito, “Bueno, lo primero que va a sorprenderle es que mi abuelo Rudolf Müller se llamaba Juan Andrés Cuello Freyre, nacido en San Nicolás el 26 de octubre de 1903...” 
Ya frente a frente, y tras presentarnos, siguió hablando con lógica agitación y sin detenerse, como un arroyo crecido:
- Fue mi abuelo materno. Yo lo adoraba; murió en 1989. Lo disfruté mucho como abuelo, fue periodista y escribió innumerables notas. ¡Usó más de 70 seudónimos! Trabajó mucho tiempo para La Razón y cubrió la etapa del Graf Spee. Llegó a ser miembro de número de la academia de Periodismo en 1986. En 1932 fue designado como corresponsal de guerra de La Razón para cubrir la guerra del Chaco. Viajó para allá junto a Manuel Sofovich (padre de los hermanos de la TV). Allí denunció al gobierno argentino porque les vendíamos armas a los paraguayos mientras la Argentina era país mediador. Eso le costó la prisión en Paraguay y luego un tiempo prolongado de exilio en Bolivia, país que lo adora. Allí escribió el libro “Por qué estamos con Bolivia”. Fue amigo de Augusto Céspedes, escritor nacido en Cochabamba y autor de “Sangre de mestizos”, una serie de relatos de la guerra del Chaco. Tuvo innumerables amigos en una vida que supo ser bohemia: Roberto Arlt, Roberto Tálice, Natalio Botana, Raúl González Tuñón, Raúl Urtizberea, Quinquela Martín, entre muchos… 
Fabián hace una pausa. Mientras bebemos otro café, me acerca una reseña de su querido abuelo. Se titula “Nicoleño, notable e ilustre desconocido”. Una recorrida visual muestra lo prolífico de su obra: libros, cuentos, artículos, libretos radiales, reportajes, notas y demás. Llaman la atención los seudónimos; lo más curiosos son: Argentino Moral, Charles Wallace, Lic. Celada Merínez, Etelvina Ríos Gallardo, Fray Verdades, Gastón Lenormand, Harold Wilson, John Campbell, Josefina Caprile, Lilian Loyola, Oscar Cienfuegos, Tower River, y podríamos seguir… Como ven, había extranjeros, mujeres, frailes y profesionales.
- En 1945 estuvo dos años enyesado por un accidente de tránsito en la ruta 2 luego de venir de juerga del casino de Mar del Plata – continúa Fabián. - Murieron los siete ocupantes excepto mi abuelo, que en esos dos años tuvo muchas operaciones. Lo intervinieron José María Mainetti (hoy de 95 años y ¡se acaba de casar!) y Finochietto, quienes lo devolvieron a la vida. Frecuentaba el café Tortoni y su defecto fue ser jugador (ganó dos veces la lotería nacional y dos veces perdió su fortuna), lo cual cosechó no pocas críticas de sus hijos, de mi madre en especial que es la mayor. Cuando escribió, o inventó, el libro “Graf Spee”, sus ventas le dieron de comer a la familia. Parece que tuvo bastante éxito. Yo me divierto viendo el libro en las librerías de viejo y reencontrando en él a mi abuelo. Era un gran fabulador y sumamente divertido. Además, muy inteligente, ocurrente y querido. Amaba al país, en presencia de él jamás podíamos hacer una crítica a un gobierno, fuera cual fuere. Como usted ve, era un criollazo, y hasta de sangre negra en sus ancestros. A mí solía decirme: “ves, Fabián, soy blanco”, - mostrándome las palmas de las manos. 
- ¿Y el seudónimo? – le pregunto.
- Siempre nos inventaba, a los nietos, que era pirata, por su renguera... y en realidad lo era. Usted puede ver que mi apellido es alemán. Mi otro abuelo, el paterno, también venerado, murió en 1986, dos años después que mi padre. En 1926, con 18 años, vino a la Argentina, desde una región agrícola ganadera de Alemania donde no podía ya sustentarse. Aquí fue motorman de tranvía hasta que conoció a mi abuela paterna. Mi abuelo tenía un íntimo amigo que vino con él a la Argentina en el vapor Sierras de Córdoba. Su nombre era Ludwig “Luis” Müller. Müller volvió a Alemania para luchar en la segunda guerra y regresó al país con una oreja ortopédica que se sacaba y ponía para asustar a mi padre. Tengo la duda, pero creo que ese apellido lo tomó mi abuelo Juan Andrés del mismísimo Luis Müller. Espero no haberlo desencantado con la historia inventada del Graf Spee, aunque debe tener bastante de real ya que mi abuelo se interesó en particular por el acorazado, y me transmitió muchas de sus testimonios a mí. 
En este instante me veo obligado a hacer un paréntesis e insertar la revelación de otro lector amigo quien, como yo, tuvo a “Graf Spee” en sus manos, muchos años atrás y me deja hoy con su prosa ilustrada a través del tiempo, algo que vale la pena y que conserva muchas coincidencias: 

Enrique, como siempre leí con mucho interés su relato, y lo disfruté mucho, pues yo leí el libro de Rudolf Müller (¡y seguramente debo tener ese ejemplar en algún lugar escondido, porque se que está pero no se dónde!).

Yo era muy chico, y pasaba mis tres meses de vacaciones en Mar del Plata, con mi mamá y mi hermana. Mi papá viajaba todos los viernes y se quedaba el fin de semana completo. Todas las semanas, mi padre me traía algún libro para leer, de donde surge mi voracidad lectora seguramente, o bien salíamos a explorar las entonces numerosas librerías de la ciudad, repletas de títulos atractivos, con promesas de aventuras, lugares exóticos y relatos apasionantes. Uno de esos libros que cayó en mis manos en esa ya lejana pero tan gratamente recordada época (sería por 1959 o 1960 aproximadamente) fue el libro de un "alemán sobreviviente del Graf Spee" de nombre Rudolf Müller.

Recuerdo haber leído varias veces esas páginas, y aún siento cómo me impresionaron esas crudas descripciones del autor, que narraba cómo las planchas del navío "se ponían al rojo" durante los combates, o cómo rodaban brazos y piernas destrozados durante las batallas.

También me entretenía con el ingenio de los carpinteros de a bordo, cuando "disfrazaban" al buque, mediante armazones de madera pintados, haciéndolo pasar por otro navío. En fin, convencido quedé yo de que aquella pintura del famoso acorazado, no podía haber sido hecha sino por un ex tripulante, autor también de las fotos que me asombraban al mirarlas una y otra vez, sin cansarme de hacerlo.

No me cabe duda de que don Cuello Freyre era todo un personaje en sí mismo, y que debe haberse documentado profundamente para escribir su libro. Y si se tomó alguna que otra "licencia literaria", se la podemos perdonar perfectamente, al menos yo, agradecido por haberme hecho pasar tan interesantes momentos de lectura, y haber sembrado la semilla de mi interés y admiración por tan gallardo buque y tan valiente tripulación...

Se hace el silencio, es el silencio de la nostalgia. Dejo de concentrarme en el testimonio de mi amigo, y observo al nieto de don Cuello Freyre. Fabián hojea un libro de su abuelo, que trajo para dedicarme. Yo, entusiasmado, llamo en mi elocuente discreción, a la memoria de mi abuelo Mario Luis Bruno Bousquet, cuentista, imaginativo, paciente, cariñoso, hábil y bueno, y sale a la luz una de las tantas anécdotas que me dejó, la de aquel arpón de hierro oxidado colocado bajo una piedra, (que él mismo había escondido el día anterior), para que yo tuviese una sorpresa y viajase al reino de las fantasías de los indios Comechingones. 
Fabián me dedica el libro: “para el Sr. Enrique Dick con mucho aprecio del nieto de Rudolf Müller, o Juan Andrés Cuello Freyre”. Le doy las gracias con un fuerte apretón de manos. Se aleja, feliz. 
Tomo el ejemplar y paso a la segunda solapa: “Estas apasionantes aventuras, plenas de color y suspenso, están ensambladas con un romance en las serranías cordobesas, donde el protagonista se radicó durante el confinamiento, por lo que no están ausentes las pinceladas románticas y una transparente atmósfera telúrica, que sitúan estas páginas de concepción universal, dentro de las más avanzadas técnicas del psicoanálisis y la novelística americana”.
- Casi podría haber sido mi padre – me abstraigo después de la lectura - pues él también fue un gaucho rubio en las sierras de Córdoba.
Revuelvo otra vez mi biblioteca especializada y selecciono otras novelas referidas al Panzerschiff[1]. En mis anotaciones personales al dorso, sobre cada libro que he consultado, corroboro que son aventuras vacías y sin compromiso frente a la amenidad natural de la novela Graf Spee de Rudolf Müller. Mientras tanto yo sigo reflexionando hasta hoy, ¿quién habrá sido el verdadero relator?[2]
Fabián se ha marchado. Ha dejado una serena estela de cariño para con su abuelo, que me contagia y que me transporta a tiempos pretéritos donde podía abrazar casi a diario a mis seres queridos, hoy ausentes. Fabián me ha legado un ejemplo, que hoy escasea: la familia, y sus sensibilidades, y tengo la prueba en mi ejemplar de Graf Spee, de un Rudolf Müller imaginario pero posible, quien también desde el más allá, sonríe a su nieto Fabián. 

[1] Harding Duncan – Sink the Graf Spee (Hundan al Graf Spee)– Ed. Library Magna Books, Cornwall (Gran Bretaña), 1999.

Gril Etienne – Le repaire du “Graf Spee” (La guarida del Graf Spee)– Ed. Collection Marabout, París (Francia), 1945.

Kaplan Andrew – War of the raven (La guerra del cuervo)– Ed. Century, Londres (Gran Bretaña), 1989.


[2] Había ocho Müller a bordo (Erich, Lothar, Paul, Walter, Josef, Erich, Gerhard y Ernst), pero ningún Rudolf.


 

203 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo

68 años

Comentarios


bottom of page