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El rodaje de la película “La batalla del Río de la Plata”

Actualizado: 28 dic 2019

Como si fuese ayer, me acuerdo con lucidez cuando fui al cine ver la película inglesa cuyo sugestivo título era “La batalla del Río de la Plata”. Ocurrió a fines de la década del cincuenta y yo, que usaba pantalones cortos y peinada a la gomina conocía, sin embargo, la historia de parte de mi padre. Recuerdo aquel pasado, por retazos, que este film inglés estrenado en 1956 era a todo color, había escenas de combate con mucho humo, explosiones y destrozos, amén de heridos y muertos, un Graf Spee un tanto inverosímil, con dos torres de artillería en proa en lugar de una como era de esperarse en el navío, los buques ingleses mejor definidos en sus siluetas y los actores, sin ser estrellas, eran humanos, dignos y naturales y estaban concentrados en las acciones mismas. Langsdorff tenía una barbita oscura y unos eternos prismáticos colgados del cuello - aún en su cámara- , el capitán Dove del Africa Shell parecía controlar todo, y los comandantes ingleses dirigían la batalla desde los puentes abiertos, como en tiempos lejanos. De los interiores del Spee, se veía poco y nada. Además, tampoco pude descubrir escenas del combate, y cuando el buque ancló en Montevideo todo sucedió de la manera esperada: la furtiva entrada al puerto, los daños tras la batalla, la pugna diplomática mientras Sir Eugen Millington-Drake y el gobierno uruguayo se ponían de acuerdo, las escaramuzas verbales con los representantes alemanes, la tensa espera de los ingleses aguas afuera, y luego la postrer voladura del navío alemán.

Muchos años más tarde, volví a evocar la filmación, pero en la pantalla chica de la televisión con un video-casete. Yo ya había escrito mi libro, ya había investigado mucho y recorrido más aún, pero concluí que siempre hay un motivo para seguir buceando en las historias relacionadas al Graf Spee. Esta es una más de ellas...

Lo primero que quise imaginar fue el impacto y los comentarios ante la vista en la pantalla de la boca de los antiguos combatientes e incluso de otros actores frente al drama, quince años más tarde. Del lado británico fueron muchos. Al estreno el 29 de octubre de 1956 en el Cine Empire en Leicester Square, Londres, asistieron la Reina, el Duque de Edimburgo, el Primer Lord del Almirantazgo y muchos de los protagonistas. Al segundo, el 30 de ese mes en el Odeón, estuvieron Sir Eugen Millington-Drake, el verdadero Capitán Dove e innumerables veteranos y personalidades relacionados con la producción. Las críticas en la prensa fueron positivas, y mencionaron la valentía, hidalguía y el honor del Capitán Langsdorff, la heroica determinación de los adversarios del Spee, la relación entre el comandante alemán y el Capitán Dove, el humorismo sutil, y el papel de los dos cruceros, Ajax y Achilles quienes, después de que el Exeter fuera desmantelado, “acosaron al enemigo como un tiburón lo haría con una ballena, hiriéndolo en los puntos vulnerables”, como citarían los críticos.

De las revelaciones del otro bando, sólo tengo fragmentos. Todos coinciden en que el guión fue ecuánime, sin las exageraciones de películas posteriores y que los actores fueron bien interpretados. Sin embargo, les perturbó la visión del buque que hacía las veces del Graf Spee, representado por el crucero pesado norteamericano USS Salem, “tan distinto” y que nadie se había percatado de quitar aunque más no sea, el número identificatorio “139” a ambos lados de la proa.

Más tarde, mis averiguaciones llegaron a puerto, pues pude arribar a ciertos detalles muy sugerentes.

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Al promediar los años cincuenta, la industria cinematográfica inglesa, en materia de películas bélicas, buscó mostrar en el celuloide las “horas más acreditadas” de la guerra, donde habían sido puestos en juego el decoro y la caballerosidad. El común denominador eran las cintas en blanco y negro con inserciones de escenas reales de la contienda. “La batalla del Río de la Plata” fue la excepción: se buscó mostrar por primera vez, y con una tecnología más novedosa, que los acontecimientos fuesen a todo color (Technicolor) y se logró el uso por primera vez de la técnica de Vista-Vision, con pantalla de mayor amplitud, en contraposición a las documentales comunes de época.

La segunda curiosidad fue el interludio de su concepción, fruto de una circunstancia más que de la imaginación. Como antecedente, debemos recordar que este film de la Organización Rank fue producido y dirigido por Michael Powell y Emeric Pressburger. El primero de los citados fue también guionista en su condición de autor del futuro libro semificticio titulado “Graf Spee” y publicado por primera vez por Hodder y Stoughton en 1956, justo en la época del estreno de la película. Sin embargo, todo nace en las proximidades del Festival Cinematográfico de Mar del Plata. De la idea, hay dos versiones entrecruzadas: la de Millington-Drake, a quien Powell había entrevistado en París en 1954 para obtener detalles, y que sostiene que el embajador en Buenos Aires, Sir Henry Mack, les sugirió a ellos cuando se encontraron para participar en un festival cinematográfico, que sería una buena idea presentar algo con color local, la batalla del Río de la Plata por ejemplo. La otra interpretación, con más peso, sustenta que el mismo Pressburger, el coproductor, fue quien insinuó ese argumento, y con la idea a cuestas consultó al Almirantazgo, quien se expidió con un “sería una historia fascinante”. Más tarde, ambos cineastas viajaron a Buenos Aires y Montevideo e iniciaron una ronda de conferencias y visitas a algunos personajes clave: el doctor Guani, el General Campos y otros. Ya de regreso, hablaron con el Almirante Sir Henry McCall, a la sazón agregado naval en Buenos Aires, con la viuda del Almirante Sir Henry Harwood (el antiguo Comodoro había fallecido en 1950), y con los antiguos comandantes de los buques ingleses, el Capitán Bell y los Almirantes Woodhouse y Parry.

De esa manera, la producción fue iniciada el 13 de diciembre de 1955, con las primeras escenas tomadas en Montevideo, dieciséis años después del hecho. Pero hemos de narrar antes los dieciocho meses preliminares de apresto, para nada exentos de dificultades mayores y sutiles curiosidades.

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La primera dificultas de Powell y Pressburger fueron los buques: ¿dónde encontrar un Graf Spee y tres cruceros? El primer camino fue el más obvio: dirigirse al Almirantazgo británico. La respuesta fue ensortijada: - cuando nosotros les avisemos qué le podemos ofrecer y ustedes puedan venir, pues les daremos las facilidades.

La respuesta demoró un mes: - viajen a Chipre, hablen con en Comandante en Jefe de la Flota del Mediterráneo, Sir Guy Grant, y él les facilitará tres cruceros… por un día – les comunicaron.

En ese momento, los dos productores estaban absorbidos por serios problemas de filmación en los estudios de Pinewood, cercanos a Londres. Las dificultades mayores eran las secuencias en el mar, los incendios ocurridos en la batalla, las circunstancias en los puentes con sus víctimas, y las acciones en las cubiertas con toda la tripulación y esquirlas volando por doquier, entre otras.

Michael Powell voló a Chipre y dejó a Emeric en Pinewood con sus problemas. Mientras el avión se acercaba a la isla mediterránea, el director imaginaba aliviado que las escenas de mar no necesitarían actores y, por ende, ninguna instalación especial de vestuarios y maquillaje, ni iluminación o montajes. – Hay que cuidar los costos – habrá cavilado.

El Almirante Grant le ofreció algunas de sus naves. El Achilles sería el mismo, bautizado en esa fecha Delhi, ya no neocelandés pues había sido cedido a la marina de la India. Un golpe de suerte. El Exeter sería representado por el HMS Jamaica, en servicio desde 1940, razonable en su parecido al ya hundido crucero pesado en Java, en 1942. Y como HMS Ajax, buque insignia de Harwood en 1939 y radiado del servicio en 1949, “actuaría” el veterano HMS Sheffield, de la clase Southampton, en servicio desde 1936, conocido por su participación en la caza del Bismarck, del Scharnhorst, del Hipper y el Lützow y que en 1969 sucumbiría al desguace. En este caso, la apariencia no era demasiado fiel. El último veterano aún en pie, era el Cumberland, de breve aparición en el filme.

La mayor dificultad fue encontrar una nave en el rol del Graf Spee. No habría buque británico que se le pareciese (en realidad ninguno en aquel tiempo), así que, con el permiso de la Sexta Flota norteamericana, consiguieron el crucero pesado Salem, de aspecto imponente, pero por un reducido número de días.

Con las unidades a su disposición, los delegados pasaron a seleccionar los actores principales, los asesores y a ambientar los interiores. El Capitán Hans Langsdorff sería representado por Peter Finch. Como el Comodoro Henry Harwood se desempeñó Antony Quayle. Su viuda y su hijo Stephen se ocuparon en Pinewood de aconsejar el decorado de la cabina del marino a bordo de la nave insignia, con pormenores tales como las cortinas de chintz[1], la antigua mesa de caoba con un retrato de Stephen cuando era un muchacho, y diversas revistas del National Geographic, lectura preferida de Henry.

John Gregson fue seleccionado como Capitán Bell y a quien le tuvieron que agregar una nariz estilo romana de cera, pues el marino inglés, conocido como “Hookie”, tenía un memorable apéndice nasal en forma de gancho. Woodhouse, del Ajax fue Ian Hunter y Parry (Achilles), el actor Jack Gwillim.

Entre los consejeros, contrataron al Capitán Bell del Exeter y a Patrick Dove del Africa Shell, ambos veteranos de antaño. Ellos tuvieron un valioso protagonismo en los acontecimientos; Dove por ejemplo, al describir la autenticidad de los hechos cuando las tripulaciones de los mercantes se encontraban prisioneras a bordo del navío alemán. Los interiores del Spee fueron cuidadosamente adaptados: en la escena donde conversan el capitán Dove (Bernard Lee) y Langsdorff (Finch), se pueden observar cartas náuticas alemanas originales, un portarretratos de la familia del comandante alemán y sus libros preferidos, el de Taffrail, por ejemplo, sobre la marina británica. Allí se destaca la actitud caballeresca frente a los recluidos, aunque hay una parte un tanto exagerada, cuando los tripulantes del Graf Spee ofrecen a los ingleses obsequios y decoración por la inminente Navidad.

De los nueve mercantes hundidos por la nave alemana, sólo se muestran el Africa Shell y el Doric Star. La primera escena es, justamente, cuando sube a bordo el Capitán Dove y ya en presencia de Langsdorff protesta de manera enfática por el injusto hundimiento. El capitán alemán conversa animadamente, le ofrece whisky capturado en el Clement y cigarrillos del Huntsman. En esa discusión, ambos se informan: el alemán destaca la velocidad y armamento de su buque, sus encuentros con el buque nodriza Altmark, y el sistema de coordenadas para las citas, mientras que Dove afirma que la velocidad de los buques ingleses es superior.

La siguiente acción ocurre en el Ajax, donde frente a los comandantes, el Comodoro Harwood expone sus planes y aprecia que el Spee, antes de regresar a Alemania, querrá dar su último golpe en el Plata, a los mercantes zarpando hacia la hambrienta Europa, cargados de carne y cereales. En ese momento exclama: - mi objetivo es destruir al enemigo…

A los directores se les escapan varios detalles sobre todo a bordo del buque norteamericano Salem: cuando Dove es izado a bordo, en la lancha de presa los tripulantes visten uniformes alemanes, pero ya en el buque, se observan marineros con atuendos y cascos norteamericanos.

Así llega el 13 de diciembre de 1939 a las 06:17 horas, el albor de la batalla.

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Las acciones graduales pasan a ritmo vertiginoso, todas ellas de estudio: los movimientos en cada puente de comando, el avión de reconocimiento del Ajax es un Tiger Moth (era en realidad un Fairey Seafox), pintado y acomodado para parecer en su catapulta, las inclusiones de los movimientos de la flota en su navegación de Chipre a Malta con los movimientos de a bordo, los temores y diálogos de los prisioneros en la angustiada espera en un sollado del Spee, donde Bernard Lee es el pilar del soporte de la moral (curiosamente, el real Capitán Dove actúa como capitán de la última víctima del Spee, el Streonshalh), y el fuego alternado de disparos de las naves empeñadas, todo en base a modelos de escala. Otro buque adicional, el HMS Argonaut (clase Dido), fue facilitado para representar la agonía del Exeter en todas sus fases: las explosiones, la destrucción del puente donde sólo Bell y dos oficiales sobreviven y se ven obligados a dirigir el buque desde la popa con la ayuda de una brújula portátil y una cadena de hombres para pasar las órdenes, y los impactos que dejaron una profusión de metralla, destrucción y muertes. En esos momentos es cuando Harwood pregunta a Bell si está en condiciones de dirigirse a las Malvinas. El capitán inglés le responde: - ¡hacia Plymouth si fuese necesario!

La cabina del Comodoro británico tampoco se salva. Un impacto alemán, filmado en tres secuencias, muestra cuatro marineros que vuelan por los aires por la explosión, una traza roja de la trayectoria hacia el interior con un violento fulgor cuando penetra el blindaje y la voladura de la cámara. Este hecho es luego lamentado por Harwood frente a la pérdida de sus palos de golf. Hay otra situación que muestra la flema inglesa: el Capitán Parry, en el puente, es herido en una pierna; un suboficial la cura y le dice: - la otra pierna, por favor, señor – como si le estuviese probando zapatos.

A las ocho horas de la mañana (hora de la batalla), Harwood y sus capitanes advierten sorprendidos la retirada del buque enemigo con rumbo al Plata. Horas más tarde, un oficial ingresa a la camareta de Guardiamarinas del Spee donde se encuentran los prisioneros y anuncia: - para ustedes la guerra ha terminado. Estamos en el puerto de Montevideo…

Pero el USS Salem jamás estuvo allí. En realidad, esos movimientos se filmaron el puerto de La Valletta, en la isla de Malta. En esa isla fueron necesarias otras filmaciones adicionales dado que la presencia restricta del Delhi, Jamaica y Sheffield no lo posibilitaron. Allí, les prestaron el HMS Birmingham, gemelo del Sheffield, para registrar acciones tales como el Ajax en el estuario del Plata en espera, la entrevista entre Harwood y McCall (el agregado naval inglés) a bordo de la nave insignia, trasladado desde tierra por una lancha de ese buque, la liberación de los prisioneros del Spee, cada uno dejando su saludo a los muertos alemanes en sus ataúdes y el último cumplido de Dove a Langsdorff, cuando éste le obsequia dos cintas de gorra de sus marineros caídos.

Las labores en Malta tampoco fueron sencillas. En esos momentos visitaban el puerto tres buque italianos y un portaaviones francés quienes, por cortesía, disparaban salvas y hacían que la filmación a bordo del Birmingham debía ser interrumpida a cada rato. Finalmente, se utilizaron otros dos lugares para representar los hechos en alta mar: las islas griegas para el incidente del Africa Shell e Invergordon, en Escocia, para la etapa de aprovisionamiento del Spee por parte del Altmark.

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Luego, sobreviene la segunda parte, la intriga diplomática. Conocida por los interesados del tema, las escenas alternan con vistas de Montevideo, un periodista y locutor estadounidense que esparce noticias, el puesto de observación en el Ministerio de Marina donde gente de la inteligencia británica vigila al buque detenido en la rada, la grandilocuencia de las entrevistas con las autoridades uruguayas, y la inquieta vigilancia de la flotilla, aguas afuera, aún al mando de Harwood, devenido Sir y contraalmirante. Zarpa el Graf Spee de Montevideo (en realidad el Salem de Malta), y se pierde aguas afuera, para saltar en pedazos estrepitosamente. La película finaliza con un sombrío Capitán Langsdorff a bordo del Tacoma, vestido con un saco de cuero, cavilando acerca de su destino, lo cual no fue así en realidad, como sabemos.

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Reflexionando un poco, no hay que olvidar que esta película fue realizada hace justo medio siglo. Tampoco se debe dejar de lado que es un testimonio de la guerra, una guerra fresca aún para los protagonistas, con sus ideales, odios y dudas. Los críticos de la época son conservadores, bastante animosos y en lo único que no concuerdan es con la manera de ensalzar el estoicismo británico en el combate, bastante exagerado por cierto. Por otra parte, “La batalla del Río de la Plata” tiene la virtud de ser el primer film color de posguerra con un argumento más que aceptable. Los efectos especiales son plausibles y fallan algunas situaciones y los detalles en los uniformes y equipos, aparte de lo ya señalado a bordo del Salem.

Como reflexión, podríamos preguntarnos cómo sería la película hoy, con tanto efecto especial, animaciones computadorizadas y una panoplia de medios y recursos inimaginables. Seguramente el argumento tendría una neta tendencia acorde a la filosofía del director de turno y la historia podría ser profanada en aras de satisfacer al consumidor. Como hoy casi nadie puede afirmar con absoluta precisión cómo ocurrieron los hechos y qué pasó por la mente de los principales responsables en lo más íntimo, la feracidad de la imaginación de algún cineasta podría llevar a producciones sensacionalistas, posiblemente reñidas con la fidelidad que reclama la historia. Quien escribe, después de transitar por los documentales, los filmes de la primera época y los recientes, junto al soporte que me proporcionaron los libros, archivos y los testimonios sobre este apasionante tema, puedo concluir que “La batalla del Río de la Plata”, en el fondo argumental mismo, se acerca mucho a la verdad, dejando a un costado los aspectos figurativos. Por eso, en aquel diciembre de 1939, los personajes fueron de carne y hueso, con sus defectos y virtudes, pero caballeros hasta la médula en ambos bandos, como lo podemos disfrutar ahora en la pantalla: los ingleses defendieron lo suyo con su tradición naval, los uruguayos mostraron sus simpatías y los alemanes, con el Comandante del Graf Spee a la cabeza, se esmeraron en transmitir corrección e hidalguía… y al final el desconsuelo.

En el año 1957, cuando se estrenó la película en Buenos Aires, los medios periodísticos se hicieron eco con diversos comentarios. La revista “Vea y Lea” de febrero de ese año, por ejemplo, y según el articulista Luis Romeral, habla de que La filmación de la batalla del Río de la Plata evoca la última acción naval librada de barco a barco en el viejo estilo, y es importante además para nosotros en razón de la localización geográfica de la lucha y del hecho de que algunas derivaciones tuvieron como escenario nuestro propio territorio. Luego, en el artículo de dos páginas, relata los hechos y destaca el gran esfuerzo de recopilación de datos por parte de los productores. “Leoplán” otro semanario de época, también se extiende en un profuso relato, aprovechando el lanzamiento. Finalmente, la tan leída revista de aventuras “D`Artagnan”, entrega a sus lectores un año después la historieta ilustrada por Miguel Angel Paradiso y con textos basados en el diario del Capitán de Corbeta Friedrich Wilhelm Rasenack, como una suerte de recuerdo de sus odiseas. Al final, ofrece la síntesis biográfica del citado oficial y su estampa, de la pluma del recordado Ramón Columba.

Cada espectador debe de haberse formado su propia imagen del film. Pero quizás los mejores críticos fueron los antiguos tripulantes que la vieron. Uno de ellos, H. E., sostiene: - recuerdo bien que la película inglesa me gustó en aquella época porque la consideraba bastante razonable, ya que la hicieron sin menoscabar la posición del adversario, mostrando a nuestro Comandante como marino derecho y honorable.

[1] Zaraza.




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