EL GENIO DE LAS ALAS VOLANTES
DE GUILLERMO F. REGNIER
Acaba de aparecer, y yo tengo un ejemplar ya... y que expongo como primicia dedicado por su autor, admirado y respetado, en la vida de un genial científico que supo desafiar las alturas y la inmensidad de los cielos allí donde sus diseños volaban con delicada figura
Pero las palabras huelgan, las imágenes se imponen, sin dejar de mencionar que tuve el honor de prologarlo. He aquí el texto, el índice y algunas de sus páginas.
Prólogo
Enrique Rodolfo Dick[1]
Sin dudas, Reimar Horten fue uno de los más brillantes ingenieros aeronáuticos del siglo XX. Después de Otto Lilienthal, fue Horten quien más ahondó en el estudio de las alas de vuelo, con una imaginación y creatividad que hasta el día de hoy no ha sido posible resumir en una sola persona (de un párrafo capital de este libro).
Sin vacilar, amén del honor de expresarme en las primeras páginas en una suerte de iniciación inapelable y forjada en el yunque de la ciencia y la técnica, e invitado generosamente por el autor a prologarla, esta obra es magnífica. Por ello, hará más que historia, pues será un jalón invalorable para entender la actividad aeronáutica del planeta. Y la nuestra, allí donde Horten estuvo con nosotros…
Fortuitamente, estudié en una de las denominadas Grandes Escuelas de Ingenieros en Francia, concretamente en la ENSAE (Escuela Nacional Superior de la Aeronáutica y del Espacio) en Toulouse. Conocida como Sup`Aero, forma ingenieros, técnicos, doctores, candidatos con sus maestrías, cursos cortos de verano, clases magistrales, conferencias, congresos, seminarios, investigaciones y pasantías, allí cerca de los centros de ensayos en vuelo y los sofisticados túneles de viento de la ciudad rosa. En Francia, y por doquier, está dicho que a toda gran potencia se le debe una arraigada tradición aeronáutica y espacial. Y es así, sin dudar.
Pero dejemos Francia y sus tiempos en esa rama de la ciencia y cruzamos a Alemania. Allí nacen y se extienden los más prestigiosos pioneros de la aviación, en silencio, estrictos, intrépidos, únicos, pues a diferencia de otros países, caminan con paso seguro pese a sufrir las penurias del tratado de Versailles después de la Guerra 1914-1918, con todas sus limitaciones. Más de 5000 objetos, alimentos y mecanismos, llamados Ersatz, sucedáneos de muchos productos, pero de menor calidad (café, pan, té, caucho, telas, carne, materiales para los planeadores, etc.), allí donde el mundo de 1914 fue sustituido por el de 1918, donde todo era un poco más delgado, más hueco, más flojo. Sin dudas, el Ersatz eran productos de mentira para un mundo de mentira.
Ni hablar de las fuerzas armadas: tonelajes, calibres, limitación de efectivos y alcances reducidos, tanques de madera y cartón arrastrados por soldados, cual ridícula obra de teatro, veleros y buques menores para la marina (ni hablar de submarinos) y para volar, los planeadores. Aquí es donde talla el eminente joven Reimar Horten. El vuelo a vela fue la solución para mantener entrenados a los jóvenes de la Luftwaffe alemana y así lo relata inmutado el autor al referirse a los años mozos del candidato.
Desfilan por su vida proyectos, trabajos, inquietudes, fracasos, éxitos y el injusto desprecio de los aliados después de la guerra. Pasó hambre, frío, descrédito, fue parte del botín de científicos, no le fue sencillo adaptarse al llegar al país, se distanció de Kurt Tank, adoptó la ciudadanía argentina, y su vida fue ejemplar. Vino a instancias del comodoro – luego brigadier- Ignacio San Martín vía Roma en un vuelo que llegó en 1948.
Avanzada ya su vida profesional, Horten defendió su tesis de la mano de Ludwig Prandtl, el acreditado aerodinamicista alemán para quien la fuerza aerodinámica era el arte de superar el viento, la tenaz resistencia aerodinámica el precio de volar a alta velocidad y la sustentación, la aptitud de mantener una aeronave en el aire. Esas ideas, contundentes, abrirían el panorama que convergería en las figuras de las alas volantes y la aerodinámica supersónica, amén de otros proyectos tan emblemáticos como el imponente IA 38 Naranjero, el IA 48 con su inconfundible estampa que recuerda al Mirage III, el IA 58 Pucará, un avión blanco supersónico, una bomba volante, su participación en el proyecto B-2 Stealth Bomber de Northrop y otros, sin dejar de precisar que no le costó mucho adherirse a las nuevas técnicas de cálculo numérico, ante la compra de una enorme computadora para el complejo industrial en Córdoba. A otros les costó mucho ceder la regla de cálculo, los ábacos y las tablas.
Horten reposa en el cementerio de Villa General Belgrano, a pocos metros de las tumbas de mis padres. No dejo de correrme y saludar y siempre me intriga una placa con un ala volante a un costado de la piedra que soporta las letras de su nombre, en hierro. Mi hermano Ronnie, que trató a Horten en una visita a la Fábrica Militar de Aviones, me comentaba que era un hombre muy afable, tranquilo, sencillo y… brillante.
Este prólogo deja de serlo. Ahora, el lector ingresa al mundo de la intensiva vida de Reimar Horten. Leerán su biografía, como hice yo, todo corrido para más tarde disfrutar con tiempo una selección. Mi gran amigo, fallecido, el doctor Carlos Brebbia, director del WIT (Wessex Institute of Technology) en Southampton, me decía que son muy importantes los epígrafes, que en sí mismos, deben narrar una historia. Guillermo Regnier lo logra.
Regnier se ha ocupado, además -e intensamente- de nuestro personaje central y cada tramo de la lectura despierta algo nuevo. ¡Tanto ha hecho! Nos deja ese testimonio que solo se enriquece con la pasión propia con que han sido recopiladas sus notas.
Athos Pampa, provincia de Córdoba, fines de los años `90. Camino a La Cumbrecita, una solitaria casa de piedra a la izquierda de la ruta, parecería ser un centinela en la soledad. En la parte más alta del predio, un hombre alto, erguido, observa en las estribaciones de la cadena Sierras Grandes, donde sopla un viento entablado, un ala volante, quizás un L`alita o un piernífero surca con audacia rumbo al valle aledaño, en el que el piloto maniobrará para posarse. Emocionado profundamente, pero sin demostrarlo, el eminente ingeniero aeronáutico alemán, pero afincado con cariño en la Argentina, regresa a sus ideas que bullen en esa mente tan lúcida, que traduce en los papeles y que no se demoran para conocerlos mejor.
[1] El autor, general retirado del Ejército Argentino, es profesor emérito de la FIE-UNDEF, ingeniero mecánico y doctor en historia. Entre las cátedras dictadas, se cuentan Aerodinámica y Motores a Reacción. Es piloto de avión y helicóptero.
El joven Reimar, con tan solo 14 años, es felicitado por su instructor al final de su
primer vuelo individual en planeador. Obtuvo así su primear licencia de vuelo, tipo B,
convirtiéndose en uno de los pilotos más jóvenes de Alemania. El evento tuvo lugar en
la Akademische Fliegergruppe Bonn (Grupo Académico de Vuelo en Bonn).
En un taller improvisado en la casa familiar de
Bonn, Reimar construye el ala de un planeador de
3.5 metros de envergadura. Con ese planedor ganaría
la competencia anual de Wasserkuppe, en
Rhön, el prestigioso Trofeo Otto Lilienthal de 1931.
H Va, primer avión de la historia construido en materiales sintéticos. A excepción de
la estructura central que alojaba al piloto y al motor, el resto del avión, inclusive las
hélices que lo impulsaban, eran de compues
tos sintéticos.
I.Ae. 34 biplaza en los talleres de construcción
I.Ae. 41 Urubú (H X Vc)
Reimar Horten junto a su creación, el I.A. 37 , un caza delta de diseño supersónico.
En su 82 aniversario (1993), le es otorgado a Reimar Horten la Medalla Dorada Británica
para Aeronáutica (The British Golad Medal for Aeronautics) por parte de la Real Sociedad Aeronautica (Royal Aeronautical Society). Se destaca su larga carrera como pionero
en el desarrollo de alas voladoras y se hace especial mención que uno de sus diseños de planeadores tuvo el mérito de ser el primero en cruzar la Cordillera de los Andes en vuelo libre.
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