Hoy me mandaron las dos notas que cierran el artículo y aprovecho para dejarles partes de una historia completa, relato que figura en el libro "Juliano", de mi autoría. Encabeza este trabajo, una obra vívida y colorida de mi gran amigo Allan E. O`Mill, autor de pinturas que siempre están presentes en mis libros, escritos, anécdotas y en mi hogar pues los mares y cielos de sus cuadros me iluminan a diario con sus olas recias, turbulentas y uno se siente navegando en aguas que exigen estar alerta a toda la tripulación. Y el cielo, vivo, acompaña al buque en su travesía, y a la aeronave.
Alfonsín y el portaaviones
Cuenta “Catapulta, entonces capitán de fragata, , aviador naval y veterano de Malvinas”:
El presidente electo Raúl Alfonsín, con comitiva, aterrizó
a bordo de un helicóptero en la cubierta del portaaviones ARA
Veinticinco de Mayo. Fue recibido con los honores reglamentarios
acordes a su investidura. Había volado desde Buenos Aires
en un Fokker F-28 naval a Trelew y desde allí, en un helicóptero
Sikorsky S-61 D Sea King hasta la nave insignia. El buque, con
más de 1.000 hombres a bordo, se desplazaba a velocidad reducida.
Era un día, como se afirma en la jerga, de “almirantes, brigadieres
y generales”. El mandatario fue recibido por el comandante
de la nave, capitán Jorge Osvaldo Ferrer, por el segundo
de a bordo, capitán Daniel Fusari, y por el Jefe de Operaciones,
el que habla.
Alfonsín con su comitiva, iniciaron la recorrida del ARA 25
de Mayo, sin escamarse, y tras haber impuesto a todos su propio
ritmo, preguntaba a los jefes navales con agudeza y sin dobles intenciones.
El invitado registró las aeronaves exhibidas en cubierta,
se detuvo ante un Grumman S2 Tracker, y preguntó por la cantidad
de tripulantes que lleva, le respondieron “cuatro”. Se dio vuelta hacia
los acompañantes y lanzó al azar, señalando al Tracker con alas
plegadas, un: “Quiero ver a las ballenas en ese avión”. Distingo que
Arosa dirige su mirada a Ferrer y le susurra: “Ya se le va a pasar”...
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Provisto con ese traje anti-exposición, la “goma”, con un cierre
cruzado por el pecho, rodilleras de goma, botas especiales, el
chaleco multipropósito y el casco en la mano, nos encaminamos
hacia la cubierta, donde indefectiblemente tuvimos que esperar
hasta que la máquina estuviese lista. El copiloto abandonó la butaca
derecha, se ubicó detrás, y el presidente electo de los argentinos,
don Raúl Ricardo Alfonsín Foulkes, fue acompañado, instalado y
asegurado junto al comandante, en ese lugar privilegiado con panorámica
visión hacia el exterior. Camino a la máquina, se había
colocado el gorrito con visera de la escuadrilla, un escudo blanco de
la nave, un saco largo impermeable y un chaleco inflable alrededor
del cuello. Eran las 17 horas del 26 de agosto de 1985. Ya en el
asiento, amarrado con firmeza, su rostro estaba sereno y el casco
color blanco que había desplazado la gorra, no ocultaba la resolución
de su mirada...
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partir de ese intervalo, los nervios alerta, comenzó el apogeo
del despegue de la aeronave, cuando emergen nuevos actores
y elementos en el proscenio: el director de lanzamiento, el jefe de
la cubierta de vuelo, el jefe de lanzamiento y una especie de panel
elevado que brota del piso, donde se distingue el botón de accionamiento
de la catapulta. Las señales son visuales: el piloto acelera a
máxima potencia, verifica nuevamente el instrumental, la máquina
pugna por salir, las señales con las manos arrecian, la tripulación se
tensa, el copiloto actúa según códigos prestablecido y enérgicos y
en un santiamén, el jefe de lanzamiento toca el suelo y acciona el
botón. Ya no hay retorno: en 1,5 segundos el avión debe recorrer
los 57 metros y acelerar de cero a 115 km/h. Segundos después, está
en el aire.
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Tres minutos más tarde, aliviado,
le acerqué el objeto a Alfonsín, quien agradeció. Con mucho cuidado,
claro, había sido cadete de un Liceo Militar, colocó en la percha
de madera el pantalón con sus rayas coincidentes, el saco, chaleco,
la camisa y la corbata, y con la mano eliminó pelusas y arrugas imaginarias.
Hecho eso, me miró con determinación:
Sepa usted capitán que yo cuido mi vestimenta, y no se sorprenda,
no tengo mucha y no puedo darme el lujo de comprar nueva… verá
que está medio gastado el traje, pero está limpio y lo cuido. Por eso, lo
mejor es una buena percha. Sea como sea, soy el presidente de los argentinos,
y ahora con la democracia, tenemos que mostrar sobriedad.
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